martes, 30 de septiembre de 2014
Siguiendo con nuestro recorrido por el interior del Monasterio de Yuso, nos encontramos, en uno de los ángulos del Claustro, con esta portada de estilo plateresco que da acceso a la Iglesia, lo que es lamentable es la acción vandálica de los saqueadores de aquella época, que para alertar a sus compañeros de que esos lugares ya habían sido despojados de sus riquezas, mutilaban sin compasión las hermosas tallas de las capillas laterales. A pesar de que muchas esculturas han quedado mermadas, el conjunto sigue conservando su riqueza artística original.
La IGLESIA fue la primera construcción del conjunto, y supuso treinta y seis años de duro trabajo siendo el gótico decadente el estilo arquitectónico más relevante. La sillería del coro, perteneciente a un tallista flamenco, no deja a nadie indiferente, así como el atril para los cantorales, giratorio y de dimensiones acordes con el tamaño de los ejemplares que habría de sostener.
La predisposición de este espacio crea un efecto lumínico mediante el cual, en determinadas épocas del año, el sol se introduce por la vidriera frontal y atraviesa el arco del coro para salir por el arco del trascoro, como si se tratase del Espíritu Santo que bajara desde los cielos para bendecir a los fieles devotos.
El llamado TRASCORO va acorde con el conjunto, repujados y artesonados lo hacen sumamente atractivo a los objetivos de nuestras cámaras, aunque lo que destaco del mismo, son las tallas en madera que guarda en sus capillas, todas ellas correspondiente a los primeros discípulos de San Millán; Aselo, Gerancio, Citonato y Sofronio; y dos mujeres: Oria y Potamia, concretamente la historia de esta última nos acongojó a todos. Con la edad de nueve años era lapidada en un espacio tan reducido como una losa, por un agujero se le facilitaba los alimentos y fue sacada de allí, muerta, a la edad de 21 años, todo ello por propia voluntad, ya que ella creía que de esa forma alcanzaría antes la Gracia de Dios.
Otra de las cosa que me llamó la atención fue el grandioso retablo de su Altar Mayor, fue la carencia de imágenes, en lugar de ello lucía dos grandes murales, pertenecientes a la escuela de El Greco, representando a San Millán, la Asunción de la Virgen María y así, hasta ocho, todos ellos de distintos tamaños ocupando incluso sus márgenes laterales.
En el caso del púlpito tallado en madera de un solo tronco, la ubicación original era en el centro de la Iglesia, frente al Altar Mayor y una vez atravesada la puerta del trascoro. En aquellos tiempos el suelo de esta zona, en gran parte ocupado con lápidas de personajes ilustres que todavía se pueden observar en la actualidad, se consideraba sagrado, y, por consiguiente, estaba prohibido a los lugareños el pisarlo. Desde su posición, estos, lo que hacían, como se suele decir, era "oír misa", ya que les resultaba prácticamente imposible ver al párroco al otro extremo del recinto sacro, por ello, en este púlpito se ponía otro religioso para transmitirles las lecturas.
Muchas de las familias ilustres de la zona consideraban casi un deber, el realizar capillas particulares donde enfatizar su posición social, en algunas de ellas incluso acogían el sepulcro de algún obispo o cardenal, y con ello aseguraban su ascenso a los cielos tras su muerte.
El lado morboso de muchos de nosotros se vio satisfecho al detenernos ante esta puerta, aparentemente llamativa por su marco pétreo de filigrana, pero este no era su único atractivo, en verdad lo era su objetivo, se trataba de un antiguo secadero. En él se depositaban los cadáveres antes de ser enterrados en sus sepultura definitivas, ¿qué cuál era su función?, su nombre ya lo dice todo...
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viernes, 26 de septiembre de 2014
El visitar el Monasterio de Yuso es todo un placer para los amantes no solo de la historia, sino también para los de la arquitectura, la pintura, la herrería, la albañilería y, un larguísimo etcétera. Un conglomerado de profesiones manuales que en aquellos tiempos tenían su momento florido y, a cuyos artistas, muchos de ellos simples aprendices a la sombra de su maestro, nunca se les reconoció su magnífica labor. Os invito a que me sigáis al interior, atravesando su portada barroca mientras somos observados por San Millán, un relieve en piedra de considerables proporciones.
Dejamos atrás el zaguán del s. XVII, con arcos pronunciados y portalón con columnas rizadas, nos adentramos en el Salón de los Reyes, con poca decoración pero no por ello menos importante. Fue aquí donde nuestra guía nos puso al corriente de la importancia lingüística de este lugar. Una reproducción de las maquetas de ambos monasterios sirvió para ver las notables diferencias entre uno y otro.
Y ante una vitrina de pequeñas dimensiones nos encontramos con una de las primeras joyas que se conserva de la lengua, tres reproducciones exactas de los facsímiles que dan origen a los primeros textos escritos en castellano -glosas- y que datan del siglo X y XI.
Ya os podéis hacer una idea de la emoción que me embargó al ver aquellas anotaciones de los monjes de San Millán traducidas en latín. Ante mí se mostraban tal cuál, las raíces de nuestra lengua, la misma que empleamos ahora pero con cientos de años de evolución lingüística, ¡Sorprendente!
Si nos sumergimos un poco más en materia deciros, que el códice 60 y el códice 46 (diccionario enciclopédico con más de 20.000 reseñas del saber del pueblo en la alta Edad Media) es el nombre que se le ha dado de referencia a las primeras palabras escritas que se conocen. Se ha deducido que es un dialecto navarro-aragonés, pero también hay apuntes en vascuence y lengua romance. El elevado índice de analfabetismo y el privilegio de las órdenes religiosa para el entendimiento de estos escritos, creaba una simbiosis un tanto peculiar. Los monjes, para dar sus sermones, no tenían más remedio que recurrir a antiguos textos -como el de los códices-, amoldarlos a su comprensión y, sobre todo, a la lengua de sus feligreses, que en muchas ocasiones procedían de diversas localidades con dialectos distintos a los de ellos. El fragmento de texto que se sometió a estudio fue un sermón de San Agustín escrito en lengua romance hallado en la biblioteca del monasterio.
Continuando con nuestro recorrido, entre claroscuros de luminosidad propias de lugares como estos, aparecimos en el CLAUSTRO, un espacio que en la actualidad, sigue cubriendo sus funciones; en fechas señaladas dentro del calendario católico, fieles y religiosos se congregan, bajo sus bóvedas góticas, para llevar a cabo las procesiones, de ahí su sobrenombre de Claustro procesional.
miércoles, 24 de septiembre de 2014
On 18:20:00 by María Serralba in AGENDA, Distribución, El Legado de Flavia Julia-Trilogía, InfoBlog, Publicaciones Sin comentarios
Mi novela ha sido incluida en el extenso catálogo que SB e&book llevará el próximo mes de Octubre a la Feria de Frankfurt; cruzaremos los dedos para que tenga buena acogida entre el público germano.
martes, 23 de septiembre de 2014
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