jueves, 17 de julio de 2014
Os traigo una nueva "historia urbana" que contaros, trata sobre lo bueno que es tener en la vida un carnicero aliado, que, ¿por qué os lo digo?, pues muy sencillo, por que hay ocasiones en que, si no lo tienes, estás perdida, pero, ¿qué os parece si mejor os narro mi relato y luego, juzgais vosotros mismos?
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- Mamá, ¿estas hamburguesas son de dónde siempre? -me preguntaba mi hijo con más hambre que el perro de un ciego, como se suele decir, y sin parar de accionar el tenedor y el cuchillo mientras iba diseccionando cada pieza ovalada en otros pedazos más pequeños.
- Sí, claro, ¿por qué me lo preguntas?
- Es que me saben raras, que son, ¿de pollo o de ternera? -me siguió interrogando.
- Pues esas concretamente que te estás comiendo son de ternera, ¿es que no te gustan? -le consulté, un tanto extrañada ya que las había comido en otras ocasiones y siempre me había dicho que le encantaban, así que esperé intrigada su respuesta.
- Bueno, no sé, la verdad es que no están mal del todo pero tienen algo que no sé que es.
- ¿Cómo que tienen algo que no sabes que es?, pues qué van a tener, un montón de carne y poco más, ¿es que están duras?, ¿están picantes?, ¿saladas? -le continué interrogando, dejando lo que estaba cocinando en aquel momento y prestando más atención a las muecas que hacía mi hijo al masticar que en realidad, a lo que se estaba comiendo.
- No, no pican y están bien de sal, lo único es que tienen algo... ¿no será que te las ha dado con queso?
- No, que va, le he pedido a mi amiga Tere que me pusiera las de siempre, además, ella las hace caseras, por eso están siempre buenísimas además, solo las hace de pollo, de ternera o de verduras, pero nunca con queso, pero... ¿qué es lo que pasa?
- Pues no sé, pero al masticarlas tienen algo así como durito, como si fuese una capa de queso o algo así, pero no te preocupes, me las como, pero cuando vayas a la carnicería pregúntaselo, a ver si no se ha dado cuenta y ha puesto queso en estas.
- Nene, te digo que ella no pone queso en las hamburguesas, pero no te preocupes que mañana, cuando vaya, se lo preguntaré y así nos quedamos tranquilos.
La sobremesa terminó y al día siguiente, tal como había dicho a mi hijo, me personé en mi carnicería de confianza y le pregunté a mi amiga Tere -la carnicera- el tema en cuestión, a lo que me respondió:
-...pues la verdad es que son como siempre las hago. Carne picada, huevo, pan rallado, una pizca de sal, pimienta negra, un chorrito de limón y un poquito de perejil, lo mezclo bien, le pongo el film y lo meto en la máquina prensadoras.
- Pues eso mismo es lo que le he dicho a mi hijo, pero no había forma de con-ven-cer-lo...
De repente mi cabeza rebobinó lo que Tere me acaba de decir y le dio al PLAY, parando tras la frase "... y lo mezclo bien y le pongo...", ahí fue cuando me quedé clavada en el suelo.
-Perdona, Tere, pero por casualidad, ¿has dicho que le pones un film transparente?
-Sí, claro, cuando tengo todo preparado cojo una porción de la mezcla, hago una bolita y la pongo en el centro de una lámina de film transparente, la cubro con otra y lo prenso en la máquina, así se quedan perfectas y ovaladas, y cuando las vas a hacer, tan solo tienes que separar el plástico de la carne al mismo tiempo que las pones en la sartén, así ni si quiera has de mancharte..., ¿por qué lo dices?
¡¡TIERRA TRÁGAME!! me dije a mí misma, acostumbrada a hacerlas yo y ese día comprárselas a ella, con la mente en otra novela me puse a cocinar y no pensé ni por un instante el quitarle esa capa de film transparente ya que ni me acordaba que las de ella SÍ lo llevaban. Que razón tenía mi hijo al afirmar que aquello sabía a algo raro, como si tuviese queso fundido alrededor. Gracias que Tere es como una tumba, ese "desliz culinario" quedará entre ella y yo, nadie se enterará del incidente, por ello veo sumamente importante que los escritores tengamos a un carnicero de confianza en nuestra lista de proveedores, ya que en casos como estos, nunca nos delatará.
miércoles, 16 de julio de 2014
Al parecer, el carteo entre Antonio Espinosa y yo va a convertirse en un hábito, a la vista de que nuestros escritos siempre hayan respuesta del otro, muestra de ello es lo que os ofrezco, un nuevo relato de él titulado "La habitación oscura", acompañando al mío que recientemente os he ofrecido titulado "La exhumación de un alma".Gracias Antonio por esta colaboración, aunque me has dejado con el vello de punta, que lo sepas....jajaja.
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Recuerdo bien la fecha a pesar de que he dejado pasar muchos años, tal vez demasiados, para relatar el hecho, que quiere decir tratarlo como ficción, un hecho que sucedió y se llenó de realidad. Ahora mismo no sabría aclarar si la realidad es fabricada por los hechos o son estos los que cobran la dimensión de lo real después de que el tiempo obre su efecto. Quiero decir que ahora, veinte años después de que sucediese lo que sucedió, ni yo mismo, que intervine entonces y ahora, sabría decir si lo que escribo es real o fantasía de escritor. Tendré que pensar en ello y aclarar mi posición.
El hecho es que Ibáñez y yo habíamos ido a visitar a nuestro común amigo Espallardo, enfermo terminal de una grave enfermedad. Nos recibió su mujer, Ana, con ojos ojerosos y la palidez como color de su parte carnosa. Espallardo yacía en su oscura habitación. A sugerencia de Ana, Ibáñez y yo nos sentamos a sendos lados de la cama, equilibrando uno el peso del otro.
-¿Cómo estas, Espallardo?, pregunté.
Los tres habíamos compartido piso en nuestra época estudiantil. Alquilamos uno en el Callejon de Arjona, justo encima de la taberna Los Piruneos, nuestra tabla de salvación para comer cada día.
-¿Habéis sabido lo de Rosario?, respondió él con escasa potencia de voz.
Al poco tiempo de estar en la oscuridad yo empecé a distinguir objetos dentro de la habitación: una botella de agua sin gas sobre la mesita de noche, una caja de medicamentos junto al agua y unos libros, tres en total, sobre la cómoda, que quedaba a mi izquierda. Pero también creí ver unos ojos sin cuerpo que miraban con descaro hacia nosotros. Y no eran los de Ana porque la habíamos dejado preparando café en la cocina.
Rosario formaba parte de la pandilla de jóvenes estudiantes y, según se comentaba, estaba enamorada de Espallardo; él lo estaba de Ana, con quien se casó.
-¿Qué le ha pasado a Rosario?, preguntó Ibáñez.
-Murió hace tres días -nos informó-, pero no he conocido los detalles de su muerte, aunque sé que me está esperando. Es un presentimiento, sé que ha venido a reunirse conmigo ahora, cuando ya nadie puede frenar mi muerte.
Entonces le hice una seña a Ibáñez y ambos miramos fijamente aquellos ojos que no perdían detalle de la escena.
Entró Ana con los cafés y encendió la luz y los ojos desaparecieron y no dejaron rastro de cuerpo alguno.
Aquella noche murió Espallardo.
©Antonio Espinosa
De muchos es sabido que en ocasiones se ha de proceder a la exhumación de un cadáver, eso consiste en desenterrar el cuerpo del lugar dónde reposaba hasta el momento y hay muchas circunstancias que pueden conducir a ello por ejemplo: el espacio, ya que el nicho donde esta enterrado es pequeño y ha de albergar otro cadáver; cuestiones urbanísticas que obligan a realizar tareas de remodelación del tratado del campo santo; temas legales -estos se daban muy frecuentemente en la antigüedad cuando se sospechaba que el enterrado o bien, no era quien se suponía que era, o bien, la muerte no había sido por causas naturales tal como se indicaba-. Una de las exhumaciones más conocidas fue la que realizo el doctor Guillard, medico de la expedición francesa que se encargó de repatriar los resto de Napoleón en Santa Elena el 15 de octubre de 1940.
Las labores de exhumación está de más deciros que son sumamente desagradables tanto emocional -en caso de estar la familia presente-, como visual y olísticamente hablando. Recuerdo que mi abuela en ocasiones, y atendiendo a mi morbosa curiosidad de niña por saber todo de todo, me narraba algunos casos que habían tenido lugar en su época y os puedo asegurar, que parte de ellos los recuerdo vivamente igual que ella, que los recordaba con todos lujo de detalles a pesar del tiempo transcurrido tanto es así, que su mayor temor no era el hecho de morir, ya que decía que eso era ley de vida, sino que se confundiesen y la enterrasen con vida creyendo que estaba muerta. Igual os parecerá una tontería lo que os estoy narrando pero tened en cuenta que en otros tiempos había enfermedades que "aparentemente" daban todas los síntomas de que el individuo había pasado a mejor vida -como se suele decir-, sin embargo estaba bajo una catarsis, cosa que algunos médicos, y más en zonas rurales, todavía no tenían muy controlado el tema.
Recuerdo bien una historia en concreto que me narró en la que tras una reyerta entre dos familias tuvo lugar una serie de muertes. Al tiempo, cuando por razones urbanísticas, como os decía antes, se removieron algunas sepulturas, los que acudieron como testigos quedaron horrorizados ya que a los enterrados, tres en concreto, dos hombres y una mujer embarazada- se les encontró sepultados boca abajo; ¿qué mente retorcida maquinó dichos enterramientos par que en el caso de que no estuviesen del todo muertos y quisiesen salir, no pudieran hacerlo de ninguna de las maneras ya que lo único que harían al escarbar sería, cómo podríamos decir literalmente hablando, escarbar su propia tumba?
Dejando de lado este tétrico tema, tan solo he querido utilizarlo a modo de introducción para explicaros en qué voy a emplear el mes de agosto. Un buen amigo y yo nos hemos marcado una meta muy complicada pero al tiempo sumamente apasionante y didáctica, exacto, una exhumación, pero en este caso, en lugar de ser un cadáver va a ser un alma, un alma atormentada que su único refugio era revelar su inquietud sobre un lienzo con un hermoso dibujo, o sobre un papel con un relato enternecedor, o incluso, sobre el oído atento de quien se dignaba a escuchar sus sabias y meditadas palabras. Esa alma que fue enterrada en el camposanto del olvido de las artes, desde la distancia, desde ese otro lado donde todo se diluye como una bruma y que solo da pie a retazos de una vida que nunca alcanzará la plenitud de lo que llegó a ser la persona, nos ha estado llamando constantemente para rogarnos con versos hambrientos e implorantes, que la rescatemos, que juntemos todas sus piezas y que como si se tratase de un gigantesco puzle de pinceladas de colores y palabras rimadas con los rayos vivaces del sol de primavera, le insuflemos de nuevo vida.
Este ambicioso proyecto ya tiene fecha para su puesta de largo, será el 15 de febrero del 2015 y estoy segura que a muchos sorprenderá, enternecerá, conmoverá, apasionará y un largo etcétera que si eres de los que vive por y para compartir cultura, lo sabrás apreciar y hasta ahí lo que os puedo contar sobre él, tan solo pediros un poco de paciencia, la que nos va a hacer falta a mi amigo y a mi para refundir en unas pocas páginas 100 años de las vivencias de un alma.
domingo, 13 de julio de 2014
Yo y mis historias urbanas... y tenéis toda la razón, pero es que a veces te encuentras ante situaciones que te superan, por ejemplo la que viví el otro día con una amiga, os explico.
Esta amiga, muy buena persona por cierto, tiene un concepto de la vida un tanto peculiar. Como ama de casa en exclusividad, dentro de sus labores está la de cocinar, realizar las tareas de limpieza y con "MEditación" y que conste que no he dicho "DEdicación -y ahora veréis por qué enfatizo esas palabra-, la de planchar. Pues bien, hace unos días nos WhatsAppeábamos quejándonos, como buenas "maris", de lo absurda que resulta la vida para las amas de casa que SOLO, tienen como única preocupación atender a sus familias, mantener los 90 mts. cuadrados de su casa -quién no tenga más- en condiciones decentes, la despensa llena y una mente Master Cheff que tenga perfectamente programada todas las comidas del día, de la semana y si me apuras mucho, hasta las del mes, con la labor añadida de auditar la economía de la casa.
Visto desde fuera, la verdad es que es un Curriculum Vitae que podría resultar muy completo si se tuviera en cuenta a la hora de responder en la Oficina del Paro, a ese funcionario que no tiene nada que perder y que tú eres un número de expediente, la famosa y temida pregunta de: "Y Vd. señora, ¿qué experiencia laboral tiene?". Retomando la historia inicial de mi amiga os diré, que nos pasamos casi una mañana enterita WhatsApp va, WhatsApp viene, hasta que al fin le dije que, por favor, dejara de enviarme más WhatsApp porque yo tenía que continuar con mis tareas. En resumen, el problema de mi amiga es que tenía muchas prendas que planchar y al parecer la plancha que tenía era ya muy antigua y en lugar de echar vapor, como ella decía, le silbaba, así que le aconsejé que se comprara cuanto antes una como la mía.
Al final de la semana, entre WhatsApp y WhatsApp, me envió uno diciéndome: "¡¡¡Mari!!, ya me la he comprado y hay que celebrarlo", así que me puse mis mejores galas para la celebración y a las five o´clok estaba ya en su casa mentalizada a disfrutar de un buen té con pastas y su agradable compañía.
Sorprendentemente, la cocina de mi amiga Shara que siempre había sido un campo de batalla, se había transformado, ya no había trastos innecesarios y aparecía limpia como los chorros del oro, así que la vista, aun sin querer, se te iba directa al objeto picudo y reluciente que lucía en el centro de la mesa de planchado; era la homenajeada, una maravillosa plancha de la marca Bosh de 3100Wat. con ActiveControlAdvance (activación de wapor al tacto del mango), base Ceranium Glissèe y una inyección de vapor por minuto de 65g. Y ahora seguro que os preguntaréis qué cooo....nes es todo esto, pues eso precisamente son las características de este milagroso artilugio aliado del ama de casa, aunque lo mejor no era ver el aparato, lo más IMPRESIONANTE era ver a mi amiga cómo me lo vendía como si se tratase de un Ferrari.
-Está genial todo lo que me dices, Shara, pero.... ¿por qué no la has estrenado todavía?, se supone que te la compraste hace siete días, entonces...
Conociéndola como la conozco, esperé a oír su respuesta, sabía que iba a ser tan original como cuando un día me confesó que ella prefería planchar descalza y si podía, hasta desnuda, por que así conectaba con su otro yo y, mientras el terrenal planchaba, el otro, podía dedicarse a otros menesteres, pero lo que me respondió no me lo esperaba.
-¡Ay!, María, es que tengo miedo -me dijo con cara compungida-, no entiendo bien las instrucciones. Cuando creo que está encendida resulta que está apagada... ¿podrías hacerme una demostración para que me haga con los botones y las funciones?
Casi sin dejarme responder, mi amiga abrió un armario que posee en la cocina camuflado con el resto del mobiliario y ahí fue cuando mi boca se abrió como un túnel provocado por la sorpresa. La montaña de prendas sin planchar llegaba casi al techo del compartimento, lo que me hizo preguntarme... ¿cuánto tiempo estaba mi amiga sin planchar si se suponía que solo se había quedado sin plancha unos pocos días?. Sin cortarme lo más mínimo, se lo pregunté directamente.
-Oye, pero tu has visto la cantidad de ropa que tienes ahí metida sin planchar, ¿cuanto tiempo llevas sin tocar una plancha?
-¡Ay!, María, no me pegues la bronca, ni te imaginas lo que me ha supuesto a nivel mental el que esta plancha entrara en casa. Paco, se leyó las instrucciones y me las explicó, a su manera, ya sabes que los informáticos todo lo miran desde un plano virtual, pero me quedé peor de lo que estaba.
-Pero hija, es que ahí tienes casi una tienda entera. Ahora entiendo por qué tu marido decía siempre que te pasabas el día por ahí comprando en lugar de sacar lo del fondo del armario, aunque yo pensé que se refería a las prendas pasadas de moda y no, a las que tienes sin planchar.
-Por favor, María, ponte en mi lugar, este tema me supera, por eso he recurrido a ti, a mi amiga del alma, para que me lo expliques de mujer a mujer.
-Pero tía -me exalté ante su verborrea grandilocuente-, que son solo tres botones y un enchufe, como puedes ser tan cortita de entendederas.
-Que va, ahí pone muchas más cosas y la verdad, lo que más temo es que pueda quemar uno de sus polos de PH, si eso ocurriera estoy segura que Paco y yo nos separábamos definitivamente -terminó melodramática y teatral.
En vista de que por mucho que le dijese no lo entendería, y quedándome la duda de que en verdad, el apuro de mi amiga fuera sincero, no repliqué y mientras ella ponía el agua del té a calentar, puse la plancha en marcha, le mostré el uso de cada botón y el significado de las luces verde, roja y azul y por último, como extraer más o menos vapor de ella según las necesidades de la prenda. Ronda, ronda, cuando me di cuenta habían pasado tres horas, mi amiga estaba sentada frente a mí saboreando un humeante té mientras me amenizaba la velada con sus divertidas ocurrencias y yo, detrás de la tabla de planchar ejercitando los bíceps y los tríceps.
Moraleja: Antes de ayudar a alguien asegúrate bien de si es ayuda lo que necesita y sobre todo, que está dispuesto/a a aprender y a cambiar, de lo contrario, te verás como yo, haciendo el trabajo del otro/a, con cara de "ya lo sabías", y cabreada como una moto porque en el fondo, efectivamente sabía cuál iba a ser el fin de la historia.
viernes, 11 de julio de 2014
On 23:14:00 by María Serralba in Baúl recuerdos, Describiendo una imagen, ENTRE AMIGOS, InfoBlog, LA TRASTIENDA, Ventana Cultural Sin comentarios
Dedicado a mi gran amiga María Serralba, quien ha tenido la gentileza de dedicarme un precioso relato titulado "Dos mares y un destino". Yo no he querido ponerle título al mío, porque este humilde relato no es más que una contestación, o réplica, al suyo.
Caminaba por la mar verdosa de los olivos sin saber hacía qué sitio me dirigía. Solo puedo recordar dos cosas de aquel paseo, que se trataba de algo real, no soñado ni pensado ni imaginado, y que iba solo. Acababa de dejar a Ibáñez, que había venido a hablarme de los problemas de su familia. Habíamos tomado café en la casa de los Montes Orientales; por un momento lo vi avanzar por el pasillo y reflejarse en el espejo, que en todas las casas antiguas, preside el final del corredor angosto y fresco. Ibáñez paseaba su altura y superaba la de los cuadros que se repartían irregularmente por el pasillo. ¡Tan serio y tan lleno de fantasía!
Ibáñez no parece hecho de olivar, ni de carne y hueso, sino de mar. Observa la historia que me contó y que yo voy recordando durante mi paseo por los esquejes de verdes y marrones. Y como tiene mucho que ver contigo, la hago mía:
“Cabalgaba sobre una ola de blancos y verdes, de aire y de ondulada agua, como si fuese un argonauta, alguien que no desea llegar a puerto sino navegar, navegar por el mar de las esquinas, cuando sentí una llamada hecha cantar, que decía:
Por la mar de las esquinas,
Alguien camina, sin navegar;
Una voz amiga me llamaba
Sin gritar, mientras decía:
Ven amado mío a mi otro mar.
-Ibáñez -dije en un ataque de sinceridad-, esa llamada es el fruto de tu gran imaginación.
-Que sepas que, estando todas las aguas de este mundo unidas, forman mares diferentes porque la mar está llena de esquinas y cada esquina transforma un mar en otro.
Los versos iban resonando en mi cabeza como golpes de tambor, machaconamente, reiteradamente, cada vez con más fuerza.
Ven, amado mío, a mi otro mar.
No puedo decir si fue real o resultó ser el fruto de mi imaginación pero me vi cabalgando sobre mi ola, la que a ti me acerca y la misma que de ti me aleja, cuando desaparecí en las aguas y, tras unos minutos de inmersión, acabé encontrando otra ola que me subió a la superficie, como pez que ansía ver el horizonte y sabe que posiblemente ya no vuelva más a las profundidades en las que encuentra su hábitat.
Así cambié de mar. Así llegué a la mar que se ve cuando se mira al del este, cuando en la mía tengo que dirigir la mirada hacia el sur.
Allí me esperabas tú cantando la canción que yo escuché antes de atravesar la esquina que me condujo hasta el bello lugar de las amanecidas con reflejos de sal.
Tres días después le conté lo sucedido a Ibáñez. ¿Sabes que me respondió?
-La mar de las esquinas es así, muchacho.
Desde ese momento duermo mal porque lo único que deseo es volver a escuchar aquella canción que terminaba como ya he dicho:
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