miércoles, 17 de febrero de 2021
Empieza un nuevo día como otro cualquiera, pero ya no lo es para ti. El día anterior me encontraba desarrollando mis tareas, en mi puesto de trabajo, y el "positivo" en una PCR me cambió la vida. Un 20 de enero, noche cerrada, entraba a mi domicilio con la extraña sensación de que era una intrusa. Mi familia, alertada por mi, permaneció escondida en otras estancias de la casa para evitar cualquier tipo de contacto. Me escucharon pasar por delante de sus puertas, como pasaba la peste en la película de "Los 10 mandamientos" del director Cecil B. DeMille, silenciosa, cautelosa, y con pesar de saber que lo que portaba podía resultar letal, no solo para mí, sino también para ellos.
¿Síntomas? Los hubo y de todo tipo, y junto a estos, una nueva sensación que hasta entonces no había experimentado, la del "confinamiento voluntario". Nunca había sabido lo que medía mi habitación, ahora ya lo se, 3 x 4 =12 mtrs. cuadrados. Por mi mente ha pasado de todo: desde pensar que no la contaría, a imaginar cómo estarían pasándolo otras personas, menos afortunadas que yo, que habían tenido que ser entubadas y que antes que eso, se habían despedido de sus familias por si no volvían a verles con vida. No quise escuchar noticias durante ese tiempo, ni ver televisión (no la tenía), tan solo mantenía próximo a mi el móvil, tal como me indicó el médico, por si la situación cambiaba y, de la noche a la mañana, tenían que llevarme al hospital. Recibí llamadas de familiares, amigos y conocidos. Igual eché en falta alguna más, pero ya no llevaba la cuenta, mis cuentas estaban puestas en los números de mi calendario, que me marcaba cuándo tendría la próxima cita telefónica con el médico o, una nueva analítica.
Mi "hábitat" durante este mes ha sido mi refugio. Descubrí que el ángulo que forman mis dos ventanas, con unas vistas a una calle muy concurrida, aunque carente totalmente de encanto, la mires por donde la mires, era sumamente acogedor. ¡Por suerte! en un cuarto continuo, además del cuarto de baño (sumamente imprescindible en estos casos), tenía mis cosas de escritura (un ordenador, una mesa plegable de playa, varios cables de conexión eléctrica, bolígrafos, unos auriculares y libretas), así que el resto ya os lo podéis imaginar. De la noche a la mañana me había convertido en una superviviente y mi cuarto, en "mi isla". Me puse manos a la obra y empecé a crear un micro mundo desde el cual ir superando, día a día, todos los avatares de esta Pandemia. Pensé que en estos casos lo mejor sería tener una rutina a seguir o la cabeza terminaría por divagar, así que de buena mañana, por no decir de madrugada, porque el insomnio también fue uno de esos síntoma, tras mi aseo personal, hacía algunas flexiones (si la fiebre, los dolores de huesos o el ánimo me lo permitían), desinfectaba toda la estancia y me sentaba un rato a escribir. ¿Los alimentos?, pasaban en una bandeja a través de una ventana, y del mismo modo desaparecían, a veces casi sin tocar.
Pero, cuando pasas tantas horas sola, el tiempo se te hace eterno. Y no sé cómo sucedió, la cuestión es que me vi evaluando el publicar una de mis novelas, y creo que el pensamiento que me hizo tomar dicha decisión fue saber, que igual no habría salido de esta para contarlo si no fuese por dicha razón. Así pues me puse manos a la obra, nunca mejor dicho.
DA TIEMPO AL AMOR se convirtió en mi compañera. A pesar de haber sido escrita hace ya cinco años, a mi regreso de un tour literario por tierras palentinas, al parecer ella también se tomó un tiempo para conquistarme, y este llegó en pleno confinamiento. La retomé no como escritora, sino como lectora. Cada tarde un capítulo, unas líneas, una escena, una reflexión final y una corrección. Y así fueron pasando los días, las horas, los minutos y segundos, mientras el mundo, fuera de mis 12 metros de isla, se iba deteriorando inexorablemente. Más análisis serológicos, más pruebas PCR y vuelta a empezar. Todavía seguía siendo positiva.
Pero como todo en la vida, esto también tendría un comienzo y un final. El día 19 de febrero, me notificaban la feliz noticia: ¡ya eres negativa!, y lo primero que hice fue salir corriendo al comedor, todavía con la mascarilla puesta debido a la costumbre, y ver a mi familia que me estaba esperando con los brazos abiertos para fundirnos en un abrazo. Lágrimas, risas y muchas sensaciones se mezclaron en aquel instante y sobre todo, la de saber que ya estaba de vuelta en casa, y que podría convivir con ellos como uno más.
Dicen que tras la tormenta llega la calma, pero qué clama, señores. El Covid 19 deja secuelas, algunas no son visibles, como las psicológicas; las fobias y el temor de que si sales a la calle, puedas volver a traer el "bicho" a casa, es algo que no se me quita de la cabeza, pero sé que lo iré superando, mientras tanto, aquí tenéis este breve relato de lo que supuso para mi dicha experiencia, tanto como ser humano, como escritora, que volvió a renacer de sus cenizas cual Ave Fénix.
©María Serralba
PROYECTO MARÍA SERRALBA Cultura solidaria
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