COCENTAINA, una feria a lo grande.

En mi anterior artículo os contaba el origen de la Festividad de Todos los Santos y también, algunos encuentro que tuve con personas muy interesantes, pues bien, eso no es todo, todavía hay mucho más, y, os advierto, que este artículo va a estar muy relacionado con lo que se conoce por el buen comer, que no por ello tiene que ser lo más sano.

En la Feria de Cocentaina, todo, absolutamente todo se ofrecía a lo grande, sino, juzgad vosotros mismos.

"¡Señora!, ¡caballero!, no pasen de largo. Vean con sus propios ojos lo que son capaces de hacer estos accesorios", decía una vendedora mientras accionaba una serie de artilugios como si se tratase de la mejor de las malabarista. Ante nosotros una serie de piezas de plástico con distintas boquillas y cuchillas trituraban, pelaban, troceaban e incluso rizaban las verduras. "¡Cómprelo!, hoy está a precio de feria!"

Y como ese, otros tantos tenderetes ofrecían todo tipo de objetos con tal de ahorrar tiempo en la cocina a las amas de casa, aunque me di cuenta, de que ninguno ofrecía un chef gratis en el libro de instrucciones.

La temperatura, más bien calurosa, no invitaba a comer los tradicionales frutos invernales procedentes del castaño, sin embargo, los puestos los seguían ofreciendo junto con otro más acorde con el clima como era el caso del coco.

Siguiendo con el recorrido, o mejor debería decir dejándome guiar por el gentío que iba y venía por todas partes, me encontré con el set de Radio Cocentaina "La veu del Comtat" donde en esos instantes estaban entrevistando en directo a dos invitados y daban información adicional sobre los actos que iban a tener lugar en la feria durante ese fin de semana.

Y llegó el momento tan temido y a la vez tan esperado, el de pasear por las calles donde estaban expuestos los tenderetes de alimentación. Platos dulces y salados se iban alternando dependiendo del lugar, así como los olores. Suculentas barras de chocolate te invitaban a pegar un enorme mordisco y saltarte todas las dietas; ¡cómo resistirse si a cada paso la cosa se ponía mucho peor!

Las tartas de manzana, frutos del bosque, chocolate, frutos secos y yema tostada, se ofrecían apetitosas, haciendo que se nos hiciese la boca agua de tan solo mirarlas. A ver quién era el valiente que pasaba por su lado sin caer en la tentación, y es que allí había tentaciones para todos los gustos.

Los que tenían inclinación por lo salado podían disfrutar con banderillas de guindillas, pepinillos, anchoas y aceitunas, tan sabrosas como vistosas, se ofrecían expuestas en gigantescos toneles de barro. Lomos de bacalao, paletillas de jamón y enormes sobrasadas muy parecidas a pelotas de rugby.

Probar, comprar, y, volver a probar y comprar, fue la mecánica a seguir durante una buena parte del recorrido, hasta que las calles se hicieron más anchas y desembocaron en una gran placeta, justo, frente al imponente Palacio de los Condes de Cocentaina.

Allí se había establecido por la organización otra de las zonas comunes, esta, concretamente, se había destinado a todos aquellos que quisieran hacer un alto en el camino y tomar un refrigerio, en caso de que no fueran de los que se pasaban todo el tiempo comiendo, para esos, cualquier lugar estaba bien.

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