lunes, 6 de octubre de 2014
Antes de iniciar el turno de entrevistas a personaje sumamente interesantes que nos rodean, en mi sección MARÍA PREGUNTA A..., he creído conveniente ofreceros un aperitivo, algo que está muy relacionado con el educativo e instructivo mundo de los #coach y #consultores, tanto personales como de empresa, por supuesto en versión relato, pero estoy segura que estos profesionales sabrán extraer el "jugo" que está implícito en él; a ver si alguno se anima, y comparte con nosotros su visión del mismo, si es así, que me envíame sus impresiones a mi correo para que pueda publicarlas.
Hoy vamos a hablar del Sr. J, pero… ¿quién es este individuo?, os preguntaréis, pues fácilmente podría ser cualquiera de nosotros, sin embargo, el Sr. J se caracteriza por ser de esas personas que, de no ser nadie, supo aplicar no solo en su vida, sino también en su negocio, principios básicos que todos conocemos, pero, mejor, leamos primero su historia.
Hoy vamos a hablar del Sr. J, pero… ¿quién es este individuo?, os preguntaréis, pues fácilmente podría ser cualquiera de nosotros, sin embargo, el Sr. J se caracteriza por ser de esas personas que, de no ser nadie, supo aplicar no solo en su vida, sino también en su negocio, principios básicos que todos conocemos, pero, mejor, leamos primero su historia.
Hola amigos, soy el Sr. J, aunque toda la vida me han llamado Jaime, el de las manzanas.
Mi historia comienza en una tarde de sol insoportable. Me encontraba a pie de carretera vendiendo mis manzanas a todo aquel que pasaba con su vehículo cuando, de repente, uno de esos alocados conductores frenó en seco junto a mí, bajó la ventanilla del copiloto, e inclinándose sobre dicho asiento, vi como extendía su mano señalándome las cajas de manzanas que tenía perfectamente apiladas a mí alrededor.
—¡Deme unas manzanas! —me dijo casi en un grito.
Acostumbrado como estaba a que algunos vehículos parasen y, tras bajar sus ocupantes, mantuvieran una breve charla conmigo mientras yo les servía unas cuantas de aquellas esféricas y suculentas piezas de fruta, aquel tipo resultó del todo inusual, por no decir hasta estúpido. Ni se había dignado a bajar del coche, y mucho menos acercarse hasta donde yo me encontraba para, amablemente, y, tras decirme el «buenos días» de rigor, hacer su adquisición, así que decidí hacer odios sordos a su petición y giré mi cabeza hacia otra parte, pero ni con esas, aquel tipo no se dio por aludido, ni se movió, es más, volvió a insistir.
—¡Oiga!, que le he preguntado que, ¿a cuánto tiene las manzanas?
Si no fuera porque necesitaba el dinero para mi familia, a buena hora le hubiese respondido, pero, al fin, haciendo de tripas corazón, le contesté, aunque para contrarrestar su desaire, elevé en unos céntimos el importe del producto con respecto al precio que solía ofertarlo a los demás.
—De acuerdo, póngame una caja —me respondió tras decirle el importe del kilo, pero no contento con hablarme a través de la ventanilla, me pagó, y a continuación me indicó con un simple gesto, que yo mismo fuera el que le cargara en el maletero del vehículo la caja.
Nada más hacerlo pisó a fondo el acelerador, levantando con ello una gran polvareda que durante unos minutos me impidió seguirle el rastro con la mirada, solo lo logré cuando ya estaba a varios metros de distancia de mi posición. Rojo y con una pegatina de «Me gusta pescar», es lo único que pude memorizar de las características de aquel diabólico cuadrilátero con ruedas, eso, y el regusto amargo que me dejó el haber sido tratado como un «Don Nadie».
Uno de mis pensamientos ha sido siempre, que para ser un ganador, he de actuar de forma sostenible, es decir, mantenerme en mi sitio, no dejarme amilanar por menudencias como estas, así que proseguí con mi labor hasta el mediodía. Y pasó la semana sin incidente alguno. Las ventas seguían siendo esporádicas y yo, gracias a mi cosecha de manzanas —mi planificación mensual de tantas manzanas, tantas cajas, tantas semanas, tanto necesito—, y mi estrategia de ventas, podía seguir ayudando a mi familia, pero cuando llegó el lunes siguiente, de nuevo recibí la visita del desconocido. En esta ocasión su frenada fue más suave y controlada que la vez anterior, no tuve que retroceder hasta casi caerme en la cuneta y, tras parar el motor del vehículo, me sorprendió bajando de este y aproximándose hasta donde yo me encontraba.
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