lunes, 6 de octubre de 2014
Cuando uno se siente motivado, ello genera una dosis de ilusión que, por muchas horas o trabajo que se tenga, llegas a soportarlo. Aquel tipo tenía razón en todo lo que me dijo el primer día de trabajo, cuando me citó en su despacho para transmitirme sus órdenes. «Si a un individuo le motivas, le potencias el talento humano que tiene innato, ello contribuirá en gran medida en la calidad de sus resultados». Al ver a mis compañeros notaba que esa filosofía era tangible, que el hacer todo bien e intentar cada vez mejorar en ello, te hacía sentirte bien, un triunfador y, así me sentía yo, el rey de las manzanas.
Durante los siguientes años nos empezaron a visitar empresas del sector para ver como trabajábamos, y al mismo tiempo conocer nuestro secreto y, todos, se marchaban felicitando nuestra labor y a nuestros directivos por lo bien que habían sabido llevar las cosas. Aunque fuera una fábrica de manzanas, yo notaba que era mucho más que eso. Mis jefes habían encontrado el equilibrio entre el crecimiento y la necesidad de evolución social. El presente y el futuro iban de la mano para que aquello no dejase de funcionar y, nosotros, piezas indispensables de aquel entramado, nos sentíamos importantes y, creo que, en parte, todo se debía a la confianza que nuestros superiores habían depositado en nosotros, la cual era recíproca y, que sumaba a valores como la ética y la transparencia, hacían que formáramos un equipo capaz de todo. Estaba claro que el trabajo en equipo era sumamente importante en mi fábrica al igual que su producto estrella, las manzanas.
Hace unos meses he sido propuesto a formar parte de la directiva de la empresa, y estoy orgulloso, no por ello, sino porque de esa forma podré mantener intactos los principios que me transmitieron sobre esta filosofía. Alcanzar unos objetivos es una labor diaria que, una vez emprendida, no se debe dar marcha atrás. Eso mismo hacía en la huerta cuando, una vez plantada la simiente, mi objetivo era que el manzano creciera y diera sus frutos. Ahora estoy sumergido en otro tipo de cultivo, el de la mejora continua, y eso solo se consigue como cuando era agricultor, con dedicación constante, rendimiento regular y una rápida respuesta cuando surge algún contratiempo.
Un día que tuve valor y confianza suficiente para hacerlo, toqué al despacho de mi superior y le formulé una simple pregunta:
—Me gustaría preguntarle algo que siempre me ha causado curiosidad –le comenté.
—Usted dirá, Sr. J., sabe que le responderé con toda sinceridad.
—¿Por qué me eligió a mí? ¿Por qué me ofreció precisamente a mí aquel día este trabajo?
Tras unos breves minutos de meditar la respuesta, mi jefe me respondió sonriente:
Tras unos breves minutos de meditar la respuesta, mi jefe me respondió sonriente:
—El primer día que le vi no pensé en nada, ni tampoco me fijé en usted, es más, ni sabría decirle que cara tenía, iba con prisas y lo único que me preocupaba realmente era que me había olvidado la bolsa de manzanas en la fábrica, y que volvía a casa con las manos vacías. Mi hija es apasionada de este fruto, a ello se debió mi decisión de crear una fábrica donde tratásemos con él, sin embargo, ese día opté por comprárselas a usted para disimular mi omisión, pero los resultados no fueron los esperados…
—¿A qué se refiere con que no fuero los esperados? ¿Es que se le volvió a olvidar las manzanas en el maletero del coche? –le pregunté.
—No, nada de eso, cuando llegué a casa le entregué a mi hija la caja, y nada más verlas, se lanzó a probarlas. Al segundo mordisco empezó a dar saltos de alegría a mí alrededor; ya sabe usted como son los niños de expresivos cuando algo les encanta. Pues bien, sus manzanas, según la teoría de mi hija Gema, eran mucho mejores que las mías, prácticamente perfectas. Aquel hecho me dejó pensativo toda la noche, incluso probé una de las suyas a la hora de cenar y, en verdad, tenían un sabor excelente, al igual que su apariencia, a pesar de ser de la misma clase que las mías, entonces, ¿qué es lo que las hacía tan diferentes? En ello me quedé pensando hasta casi al amanecer. Cuando llegó el fin de semana, me propuse volver a aquel lugar. Unos vecinos del pueblo me dieron sus señas y así fue cómo acudí a su casa de campo.
—Sí, Sr. J, estuve en su casa o, más bien debería decir que estuve próximo a su casa, ya que no quería que usted me viera. Le observé andando por su huerto oteando cada uno de sus frutos, limpiando sus impurezas, espantando a las moscas y a los pájaros, y añadiendo agua al riego en aquellos ejemplares que lo requerías, solo así me di cuenta en qué se diferenciaban sus manzanas de las mías.
—¿Y qué conclusión obtuvo de todo ello?
—Pues muy sencillo. Mientras que las mías pasaban por cintas transportadoras, máquinas de selección y un sinfín de artilugios tecnológicos, las suyas eran tratadas con mimo, con esmero y con dedicación desde su inicio y, eso precisamente es lo que me hacía falta a mi empresa. Hasta el momento había empleado mucho tiempo en conseguir objetivos y ratios de productividad que por sus altibajos, no desencadenaban en ninguna parte, así pues pensé que, si empleaba más dedicación en escoger adecuadamente la procedencia del producto, a mis empleados y su formación, y, potenciaba sus cualidades innatas aplicadas a las necesidades de la fábrica, admitiendo que ellos pudiesen transmitirme también sus propias ideas sobre dicho tema, entre todos, podríamos alcanzar un resultado positivo. Esa perfección que mi hija, a simple vista, había detectado en sus manzanas, y que yo no hice, con mi mirada analítica que tan solo se paseaba por estadísticas, fue lo que me hizo tener en cuenta que cada paso en el proceso era igual de importante de principio a fin.
Algunos años han transcurrido desde aquel casual encuentro a pie de carretera con mi superior, y he de confesaros que nunca hubiese imaginado que la vida me iba a dar tal vuelco. Pero de todo ello me quedo con lo positivo, con las conversaciones en su despacho, con la camaradería de mis compañeros aceptando mis debilidades y elogiando mis habilidades y, con la sensación de ser afortunado al haberme puesto en el camino de aquel desconocido, que supo ver en mí algo que yo siempre había potenciado sin saber, y que no era otra cosa que mi deseo de superarme a mí mismo, día a día, aunque no sabía cómo, pero él sí.
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©María Serralba
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**Respuesta a mi correo de GUZMÁN MARTÍNEZ GRIÑÁN**
ResponderEliminarGran relato el descrito que nos pone de manifiesto la necesidad de encontrar el equilibrio entre la orientación a resultados y a las personas. No podemos obviar el potencial humano en las organizaciones, focalizándonos exclusivamente en ratios productivos y financieros. El gran valor añadido lo tenemos en las personas. Os recuerdo la frase, "Cuida a tus empleados y ellos se encargarán de tus resultados". En este sentido, es curioso observar como el pequeño recolector de manzanas era un extraordinario Director de Calidad, y sin grandes medios, pero gracias a la excelencia de su trabajo, disponía de los mejores productos.
También, como reflexión me quedaría con el hecho de no juzgar a las personas por nuestra primera impresión o comportamiento. Solemos prejuzgar en demasía, sin un análisis de los circunstancias más profundo. Podemos llegar a sorprendernos.
***Respuesta by Facebook de SERGIO MOLARES PARRA***
ResponderEliminarExcelente historia que viene a reforzar lo que, en muchos casos, descubrimos los consultores, las empresas toman datos y datos pero no analizan a fondo lo que los datos están diciendo.
Compararse con la competencia, analizar mejoras en los procesos, etc. etc. son distintas obligaciones que tiene un Directivo e indudablemente, la obligación de los consultores es la de ayudarles a cubrir bien esas deficiencias, cuando las hay.