lunes, 27 de enero de 2014
On 1:01:00 by MARÍA SERRALBA in Describiendo una imagen Sin comentarios
Sabía que
permanecer encerrada en aquella habitación de tres al cuarto, no
iba a resolver su vida, así que decidió darse una ducha, pero fría, cuanto más
fría mejor –pensó-, igual que hacía cuando quería rendir al máximo en su
trabajo después de las noches de vorágine a las que su marido le obligaba a participar,
sin importarle lo más mínimo si ella, estaba o no de acuerdo.
El asistir a las interminables
fiestas que ofrecían algunos de los amigos del círculo social de Luis, y que por lo general se caracterizaban
por admitir… de todo, se había convertido desde hacía dos año en la única
diversión para su esposo, casualmente, ahora que lo recordaba, fue tras la época en la que ella le insinuó que era buen momento para empezar a formar una familia.
—Preciosa. No
creo que quieras estropear tu maravilloso cuerpo de Afrodita. Me gusta llevarte
conmigo a las fiestas y lucirte como una valiosa posesión mientras veo como mis amigos, babean al poner sus ojos sobre este
cuerpo que es solo mío, y sobre este trasero y sobre este pecho... ¡hummm! –Le dijo, mientras con sus manos más que acariciarle, le
manoseaba lascivamente las partes mencionadas-. Además, qué dirían de mí si me
viesen de repente, presentarme ante ellos con una ballena gorda y sebosa, en lugar de con mi putita
maravillosa.
—Pero,
cariño, sabes que luego de dar a luz a nuestro hijo me quedaría igual que ahora, hoy en día las madres también van a los gimnasios después de tener a sus hijos y se quedan de maravilla, además, me hacía tanta ilusión.... Algunas de mis conocidas ya han sido
madres a mi edad, y para mi padre sería una alegría tremenda tener un nieto; desde hace meses no hace más que preguntarme cuando
le vamos a dar un heredero.—¡Ja, ja, ja! Vaya, ya salió a relucir tu padre y sus gilipolleces de viejo chocho.
La risa a
carcajadas de Luis se escuchó en todo el dormitorio y parte del corredor
principal, era la primera vez desde que se casaron, que Valeria oía de labios
de su esposo un comentario despectivo dirigido a su padre -y no sería la última-, pero
a pesar de ello y de no agradarle en absoluto sus palabras, no le rebatió, en
su lugar, a través del espejo, siguió con la mirada fija en el movimiento que realizaban sus propias manos mientras cepillaban su largo cabello, relegando a alguna parte de su mente sus verdaderos sentimientos. Su intuición fue la que le alertó de que a partir de ese instante, algo cambiaría en su relación, como un hilo invisible de acero que se interpondría entre ellos y que se enrollaría alrededor de su cuello para, poco a poco, ir estrangulándola.
—Si tu padre te
vuelve a preguntar sobre el tema, le dices de mi parte, que cuando se muera, no tiene de qué
preocuparse, que su querido e inteligente yerno, al igual que controla a su encantadora hija, también sabe administrar su empresa mil
veces mejor que él –le aclaró Luis con altanería-, así que, de momento, yo, seré su
único heredero.
"No seas idiota Valeria, no puedes permitir que este tipo te gane esta batalla, no te lo perdonarías, así que olvídalo ya de una puñetera vez y empieza a construir tu propia vida". Repitiéndose a sí misma una y otra vez esa frase a modo de letanía, Valeria intentó armarse de valor y olvidar, a pesar de que en el futuro su buena memoria le jugaría malas pasadas. Cada gesto, cada vejación y cada caricia de su esposo los recordaba como si hubiesen sucedido el día anterior.
Con el ánimo
una milésima más restablecido tras escucharse a sí misma, se dispuso a sacar algunas
pertenencias de aseo de la arrinconada maleta; el único conjunto
de ropa interior que con las prisas le había dado tiempo a introducir en ella era el que utilizaba cuando hacía footing. Sabía que
no era precisamente de sus favoritos, aunque sí de los más cómodos ya que
carecía de encajes y adornos superfluos. Su diseño, era una
de sus características más destacadas y gracias a ella, había obtenido el reconocimiento
en el mercado de la lencería internacional al ser la prenda con menos, que
realzaba más. Tras las dos minúsculas piezas de tela le siguió una blusa de seda estampada que combinaba perfectamente con sus jeans azul celeste -una de las pocas cosas que podía llamar verdaderamente suya-, y un estuche de
pinturas multifunción que solía llevar cuando salía de viaje y que le
permitía recomponerse ella misma sin necesidad de acudir al maquillador profesional
que le asistía de habitual cada semana en su salón de belleza. Una última ojeada a la pantalla
táctil de su móvil, que había dejado sobre la mesilla de noche nada más llegar
a aquel lugar el día anterior, le confirmó que no había novedades. Nada, ni notificación
de eventos pendientes en su agenda, ni ningún mensaje de voz y lo más extraño
de todo, ninguna llamada, cosa que celebró. "¡Menos mal!", pensó, porque de
haber tenido que acudir a algún evento, su rostro no habría sido precisamente
algo agradable de contemplar. En él se reflejaba con demasiada evidencia su
situación y su frustración, no de su alma, que a esas alturas la sentía vacía,
sino de todo su ser que estaba muerto,
tan inerte como su ánimo y sus esperanzas.
Introduciendo
un pie tras otro en el pequeño cuadrilátero un tanto viscoso que hacía las
veces de plato de ducha, corrió la raída cortina de lunares de colores, algunos
ya traslúcidos por el desgaste, y se asió firmemente con ambas manos al frasco de champú acercándolo contra su pecho.
Aquel gesto decía mucho entre líneas de cómo se sentía. Con un movimiento
vigoroso, luego deslizó el gel por todo su cuerpo, intentando más que enjabonarse, darse a
sí misma ese calor afectivo que sabía que a partir de ese instante echaría en
falta porque, a pesar de que su vida era consideraba pública -cada dos por
tres “cazada” in fraganti por algún papalagi para
luego, ser vendida la instantánea a precios astronómicos a las revistas del corazón-, estaba
completamente sola, bueno, hasta hace poco, ya que antes tenía a Javier, pero ahora, ni eso.
—¡Dios!, esto no debía estar pasándome a mí. ¿Qué voy a hacer? ¿A dónde puedo ir? Lo malo es que me conoce mucha gente… -hizo memoria-. Los amigos de mi marido, los de la empresa, los del club de golf... ¡Dios!, esto es como una pesadilla –se repitió, pero es que en verdad, pocas salidas le quedaban a Valeria por no decir, ninguna. La sensación que sentía era como la que seguramente sintiera el ratoncillo indefenso que lo meten en un laberinto mientras desde lo alto, el científico de turno analiza su comportamiento. Quería olvidar y pronto, pero su buena memoria se lo impedía. De nuevo dejó que el flujo incesante de agua, saliendo del grifo en forma de pequeñas gotas de rocío, le recorriera su rostro con el fin de que aquella acción también terminara por borrarle todos los recuerdos del pasado.
Una vez
fuera de la ducha, mientras envolvía su larga cabellera con una toalla, Valeria
empezó a sentir un leve dolor en las sienes, consecuencia de la agitada actividad a la que estaba siendo sometida su
mente. Siempre se formulaba una misma pregunta: ¿quién se haría cargo de ella a partir de ese
instante? Su patrimonio familiar le pertenecía por el simple hecho de haber
contraído nupcias con Luis, pero hasta el mismo día de la firma ante un notario
de confianza de la empresa, ella no fue informada, ni por su padre ni por su
futuro esposo, de que existía una cláusula fideicomiso donde se indicaba
claramente que todo volvería a su anterior propietario en el instante en que el
contrato inicial, es decir, la boda, se diera por anulada por alguna causa derivada de
los contrayentes. Una vez se encontraron fuera del edificio de oficinas, Valeria intentó
una vez más que alguien le aclarase ese punto, pero los dos hombres que la acompañaban, es decir, su padre, sangre de su sangre, y su futuro esposo, el cuál prometió ese mismo día ante el notario que la protegería con su propia vida, consideraron que ella no era lo suficientemente capaz de entender dichos
tecnicismo, así que un “firma aquí y confía en nosotros” fue suficiente para
que Valeria se dejara llevar una vez más por la voluntad de otros y no por la
suya propia.
El sonido tintineante del móvil le alertó de que le estaba entrando
una llamada. Ajustándose la toalla a modo de turbante en la cabeza, Valeria corrió a
cogerlo, pero en el mismo instante que iba a responder, algo le hizo que se detuviera. "Antes de
responder, deberías de asegurarte de quién llama" -se dijo. Estaba claro que no quería
saber nada de Luis, y mucho menos de Javier, así que esperó unos tonos más hasta que el
aparato dio el último toque y se cortó la comunicación, permitiéndole ver por breve espacio de tiempo, el mensaje que había quedado fijo en la pantalla. Sentía cierto recelo hasta que comprobó que se trataba del número de su padre, pero... el de su móvil privado, que extraño, ¿para qué la llamaría a esas horas? ¿A caso le había llamado Luis para
contarle lo sucedido entre ellos? Descartando al instante esta suposición ya que de ser así, su esposo también se habría expuesto a que ella le contase a su padre lo de su relación con Javier, empezó a preguntarse que quizá fuese algo relacionado
con su corazón, así que pulsó inmediatamente la tecla memorizada con el número de éste y esperó.
—¡Valeria!, hija.
¿Dónde estás?
La voz de su padre sonaba muy alterada -observó Valeria-, además, a penas le había dejado saludarle como siempre hacía dirigiéndole una frase
cariñosa.
—¡Papá! ¿Qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
—Sí, sí, pequeña, estoy bien, pero tú estate tranquila, no debes preocuparte por nada, tu padre lo tiene todo bajo control.
—¡Papá! ¿Qué sucede? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
—Sí, sí, pequeña, estoy bien, pero tú estate tranquila, no debes preocuparte por nada, tu padre lo tiene todo bajo control.
—¿Yo?, ¿tranquila?,
¿por qué dices eso?, me estas preocupando. ¿Qué te sucede?
—Cariño, ya
te he dicho que no tienes de qué preocuparte. ¿Dónde estás? Dímelo y ahora
mismo envió al chofer a recogerte. Deberías venir aquí cuanto antes.
—Pero,
padre, ¿se puede saber qué te sucede? Me estás asustando.
—No te asustes hija, preferiría contarte lo sucedido cuando vengas, por cierto, estoy en tu casa. Dime dónde estás y ahora
mismo mando a alguien a por ti.
—No, padre, no pienso moverme hasta que me digas qué diablos está pasando. ¿Por qué tanto misterio? ¿Porqué he de
estar tranquila? ¿Le ha sucedido algo a Luis?
El silencio
que secundó sus palabras, a Valeria le pareció eterno, pero al fin, tras un
largo suspiro, su padre se decidió a hablar.
—Mi pequeña,
mi niña, se, que lo que voy a decir a continuación te va a doler y mucho, pero... han encontrado a tu
amigo Javier en tu casa... muerto.
—¡Cómo dices!,
¿Javier? ¿Mu-muerto en mi casa?
Valería no
tuvo más remedio que seguir sosteniendo el móvil pegado al lóbulo de su oído mientras se dejaba caer sobre la raída moqueta de la habitación del motel. La voz de su padre le parecía lejana mientras éste le iba narrando
el resto de la escena. Las fuerzas le volvían a fallar pero su mente, de nuevo procesaba toda la información. Tan solo hacía veinticuatro horas que
había escuchado a su amigo decirle que estaba muy preocupado por ella. Tan solo hacia veinticuatro horas que había dejado a su amor platónico allí, vivo y semi desnudo en su habitación, en compañía de un
hombre que para más inri era su propio esposo y ahora, ¿aparecía muerto?. No, eso no podía ser cierto, seguro que tras tanto llorar, se había quedado profundamente dormida y todo esto se trataba en realidad de una desagradable pesadilla.
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