martes, 12 de marzo de 2013
La vida es como un inmenso rompecabezas.
Desde que nacemos vamos construyendo nuestro mundo pieza a pieza. Las primeras nos las dan nuestros padres, estas son como las esquinas del inmenso puzzle, las bases sobre las que trabajar. Creciendo, vamos recolectando nuevas piezas con nuestro propio esfuerzo, con nuestras experiencias. Aunque a veces las cosas no nos salen como las deseamos, y las piezas no encajan donde o cuando creemos, las rectificaciones poco a poco van haciendo que el rompecabezas de la vida se vaya completando.
Más tarde, a veces antes de lo que esperas, en mi experiencia mucho después, cuando sientes que ya está casi completo tu rompecabezas vital, te encuentras con ese "casi"... A pesar de tener tantas piezas, al mirarlo ves que todavía le falta una. Una, además, que has quitado porque no encajaba, a pesar de que consumiste más de la mitad de tu vida en el error de que era la adecuada, hasta que te das cuenta de que no era de ese puzzle. Habías gastado tu tiempo y energía en el más inmenso fracaso. El rompecabezas de tu vida seguía sin estar completo, cuando probablemente habías consumido más de la mitad de tu tiempo para resolverlo.
... Y entonces la encuentras. La última pieza que te faltaba. Entra en tu vida sin avisar, y de repente te das cuenta de que el rompecabezas ya está completo. Todo tiene su lugar. Todo tiene su sentido. La última pieza hace destacar líneas que no sabías que estaban ahí, colores e imágenes que sin ella no se podían ver. El rompecabezas está completo, y ante ti descubres el porqué de tu vida, la importancia de esa pieza central y clave de tu rompecabezas que le da sentido a todo. Las líneas son tan perfectas como el perfil de sus labios; los colores nítidos, brillantes, destacan sus ojos; las uniones con las piezas de su alrededor son tan exactas que aparecen como una radiante sonrisa; el conjunto irradia tal armonía como el tacto de su piel y la textura de su cabello; de repente descubres que hasta tiene el aroma de una fragancia, el sabor de lo más exquisito, y el sonido de su voz tal armonía, que jamás pensaras escuchar tan dulce melodía.
Has tardado medio siglo, pero has encontrado la piedra angular de tu existencia, la pieza clave de tu rompecabezas, que hace que todo él se mantenga firme, completo y con coherencia solo por esa pieza: el amor.
Pero imagínate que, de repente, apenas cuatro años después de encontrar la plenitud de tu vida, gracias a esa pieza única y vital, sombras de un pasado de errores de tu puzzle sacuden tu rompecabezas, y la presión hace que salte y vuelvas a perder esa última pieza. Ya no está, y tú te sientes como si te hubieran arrancado el corazón. Los colores palidecen, se hacen grises y tristes; las imágenes se desvanecen en una añoranza insoportable; las líneas se quiebran en un dolor que te alcanza el alma; el silencio te crea la desolación de la más absoluta soledad; la calidez de la cercanía se convierte en la frialdad del abandono. Aunque recuerdas cómo se veía el rompecabezas cuando era completo, ya no es lo mismo, no lo ves, no lo oyes, no lo hueles, no lo saboreas, no puedes acariciar su textura. Es sólo un recuerdo, una sombra que temes que con el tiempo cubra las partes más vitales y vitalistas de un rompecabezas perfecto.
Ahora se te hace imposible acostumbrarte a que tu rompecabezas no está completo. Sabes que es inútil buscar otra pieza que cuadre para llenar ese vacío, porque la que has perdido es única e irrepetible. No encajaría ninguna, esa era insustituible. Sientes su ausencia cada día más y te invade un miedo atroz de saber que, o la vuelves a encontrar, o jamás volverás a tener el rompecabezas completo. Quedará ese agujero por el que la vida se te va escapando a pasos agigantados. Nada puede parar esa hemorragia de vida que brota a borbotones por el hueco de la pieza perdida... Y te preguntas cómo sobrevivir a este desangramiento, si tus sentidos empiezan a fallar, si tu cerebro cada vez está más disperso, si te descubres que te está faltando la respiración y tienes que tomar una bocanada urgente de aire, o el corazón bombea en vacío y te golpea el pecho dolorosa e improductivamente.
Hasta ahora, eres consciente de que solo la esperanza consigue a duras penas mantener unidas las piezas restantes del rompecabezas de tu vida, pero lo sientes cada vez más inestable, cada vez tienes que ir ajustando más y más piezas para evitar que se convierta en un maremagnum de sinsentidos, y esa vida que habías sentido plena, se desmorone como un castillo de naipes.
Y te das cuenta de que, si aunque solo fuera de vez en cuando, pudieras tener la pieza a la vista; si solo de vez en cuando pudieras rozarla con las yemas de los dedos; si solo pudieras alcanzar a escuchar su melodía, aspirar su fragancia, alumbrarte con su luz, sentir su calidez... aunque fuera de largo en largo... mantendrías al menos el firme recuerdo de lo que una vez fue una vida feliz, plena, armónica y real. De lo que una vez fue el rompecabezas completo de tu vida.
Pero la angustia puja contra esa esperanza conforme pasan los días, y no consigues siquiera saber si la pieza sigue intacta, y si así alguna vez podrá encajar de nuevo en el centro de tu rompecabezas.
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