lunes, 12 de diciembre de 2011
Quien de vosotros no ha visto después de mucho tiempo a un amigo y se ha quedado con ganas de decirle todas aquellas cosas que en su día no tuvieron oportunidad de contar o aclarar.
A continuación os expreso en forma de peculiar poesía, uno de aquellos entrañables momentos.
A continuación os expreso en forma de peculiar poesía, uno de aquellos entrañables momentos.
****************
Ayer encontré a un amigo de los que son verdaderos, que en nuestra más tierna infancia compartíamos los juegos. Bajo dos grandes hileras de cejas y un entrecejo, todavía conservaba dos hermosos ojos negros, penetrantes, muy brillantes, con timidez, con recelo del que mira sin ser visto para no pecar por ello. La ternura de su tacto y lo bello de su aspecto, mitigaban los mil surcos que en su rostro iba teniendo.
Nuestro saludo, al principio, estaba falto de empeño. Recelosos nos miramos mientras se rompía el hielo, uno al otro preguntando mentalmente: ¿será cierto?, ¿serás tú aquel niñato que me tiraba del pelo? Y afirmando entre sonrisas, él me iba asintiendo a la lista de preguntas que yo le iba a él haciendo.
Paso a paso, anduvimos por callejuelas y trechos, olvidándonos de todos y centrados en lo nuestro. Los letreros de las tiendas cimbreaban con el viento y, complaciente, a cada uno el tendero iba atendiendo. Balcones artesonados con gráficos arabescos, margaritas, crisantemos y geranios mañaneros, completaban el paisaje de nuestro andar callejero y en un portal, una niña. inclinada sobre el suelo, le explicaba a su muñeca como se cortaba el pelo; en la esquina, acurrucado junto a un chucho medio hambriento, un pobre ciego buscaba en la basura el sustento.
Con tu voz, tenue y templada, me comentabas sin miedos, uno a uno los pesares que pasaste en este infierno; que la vida te dio palos, que siempre fuiste derecho. a pesar de que la gente te criticaba por ello. A veces el buen hacer no se paga con dinero, por eso algunos prefieren pegar a diestro y siniestro en lugar de dar amor al ser que encuentran maltrecho.
—"Muchas cosas han cambiado sin apenas yo quererlo: los amigos, la familia, mis creencias y mis fueros", me dijiste cabizbajo con las retinas pegadas en el acerado suelo.
Mientras eso me decías, como dos niños hambrientos recorrimos las callejas ajenos al mundo entero; yo colgada de tu brazo, tú, esquivo y caballero, y el calor de lo cercano fue suavizando el momento que con frases y miradas intercambiamos recuerdos, hablando de nuestros hijos, de lo bonito del pueblo cuando jugábamos risueños en sus calles de cemento.
En lo alto de tu porte, una mata con dos pelos lucias como corona peinado ya sin esmero. Noté que tú me mirabas, me vi temblando de nuevo y en un entornar de ojos todo se fue repitiendo: tu ternura, mi temor, tu dulzura, mis secretos, ese amor que por desgracia quedó antaño maltrecho, aquel fatídico día que tu padre en el granero encontraba a dos chiquillos practicando sin acierto, los adultos lo llamaban: “esos juegos traicioneros”.
Llegamos casi a la esquina y en la tienda del frutero me cogiste las dos manos finalizando el encuentro. Mis ojos hacia los tuyos se alzaron pidiendo fuego, amor, otra esperanza de alargar más el momento. Lentamente y sin palabras, tu porte fue descendiendo hasta posar en mis labios los tuyos, tiernos y bellos. Con lágrimas en mis ojos te vi sereno de nuevo, aceptando lo ocurrido pero no añorando el hecho.
Tantos años de cariño, tanto aguardar el suceso y ahora que ha terminado solo pienso en ti y creo, que lo mejor de nosotros, lo más bonito de esto, es que a pesar de los años seguimos siendo sinceros. Cuando alguien tiene amigos como tú de verdaderos, ese sentir es más fuerte que los amores inciertos.
Nuestro saludo, al principio, estaba falto de empeño. Recelosos nos miramos mientras se rompía el hielo, uno al otro preguntando mentalmente: ¿será cierto?, ¿serás tú aquel niñato que me tiraba del pelo? Y afirmando entre sonrisas, él me iba asintiendo a la lista de preguntas que yo le iba a él haciendo.
Paso a paso, anduvimos por callejuelas y trechos, olvidándonos de todos y centrados en lo nuestro. Los letreros de las tiendas cimbreaban con el viento y, complaciente, a cada uno el tendero iba atendiendo. Balcones artesonados con gráficos arabescos, margaritas, crisantemos y geranios mañaneros, completaban el paisaje de nuestro andar callejero y en un portal, una niña. inclinada sobre el suelo, le explicaba a su muñeca como se cortaba el pelo; en la esquina, acurrucado junto a un chucho medio hambriento, un pobre ciego buscaba en la basura el sustento.
Con tu voz, tenue y templada, me comentabas sin miedos, uno a uno los pesares que pasaste en este infierno; que la vida te dio palos, que siempre fuiste derecho. a pesar de que la gente te criticaba por ello. A veces el buen hacer no se paga con dinero, por eso algunos prefieren pegar a diestro y siniestro en lugar de dar amor al ser que encuentran maltrecho.
—"Muchas cosas han cambiado sin apenas yo quererlo: los amigos, la familia, mis creencias y mis fueros", me dijiste cabizbajo con las retinas pegadas en el acerado suelo.
Mientras eso me decías, como dos niños hambrientos recorrimos las callejas ajenos al mundo entero; yo colgada de tu brazo, tú, esquivo y caballero, y el calor de lo cercano fue suavizando el momento que con frases y miradas intercambiamos recuerdos, hablando de nuestros hijos, de lo bonito del pueblo cuando jugábamos risueños en sus calles de cemento.
En lo alto de tu porte, una mata con dos pelos lucias como corona peinado ya sin esmero. Noté que tú me mirabas, me vi temblando de nuevo y en un entornar de ojos todo se fue repitiendo: tu ternura, mi temor, tu dulzura, mis secretos, ese amor que por desgracia quedó antaño maltrecho, aquel fatídico día que tu padre en el granero encontraba a dos chiquillos practicando sin acierto, los adultos lo llamaban: “esos juegos traicioneros”.
Llegamos casi a la esquina y en la tienda del frutero me cogiste las dos manos finalizando el encuentro. Mis ojos hacia los tuyos se alzaron pidiendo fuego, amor, otra esperanza de alargar más el momento. Lentamente y sin palabras, tu porte fue descendiendo hasta posar en mis labios los tuyos, tiernos y bellos. Con lágrimas en mis ojos te vi sereno de nuevo, aceptando lo ocurrido pero no añorando el hecho.
Tantos años de cariño, tanto aguardar el suceso y ahora que ha terminado solo pienso en ti y creo, que lo mejor de nosotros, lo más bonito de esto, es que a pesar de los años seguimos siendo sinceros. Cuando alguien tiene amigos como tú de verdaderos, ese sentir es más fuerte que los amores inciertos.
©María Serralba
12/12/2011
12/12/2011
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